Actualizado el jueves, 5 noviembre, 2020
La historia del puestero lasherino Don Carlos Aguilera bien podría definirse como la de un hombre que decidió vivir distante de la ciudad pero íntimo y leal a su tradición familiar de trabajar la tierra, dejar un legado de valores humanos y hacer patria en un oasis de precordillera, testigo de relatos del paso del Ejército Libertador.
“Si hay un lugar mejor que este, que me lo traigan porque de acá yo no me voy”. Esta frase repetía siempre Alberto “El Negro” Aguilera y marcó a fuego la vida de su hijo Carlos, uno de los tantos productores caprinos del departamento de Las Heras que hacen patria en plena precordillera, desconectados de internet pero conectados con la más pura naturaleza.
A más de 70 kilómetros de la ciudad de Mendoza y enclavado en un oasis casi secreto a 2 mil metros sobre el nivel del mar, en los límites con San Juan encontramos la Estancia Santa Clara, o también conocido por los pobladores como “el puesto de los Aguilera”.
Ubicada en la zona de Villavicencio, en el distrito de Capdeville, esta quebrada de precordillerana se aprecia como un íntimo pulmón verde que contrasta con los páramos de los montes nativos típicos del departamento lasherino. Antes de llegar al hogar de los Aguilera, se recorren paisajes áridos cuyanos para encontrarse con sauces y vertientes de agua de montaña que alimentan el lugar, compartiendo el mismo “cordón umbilical” con el valle de Villavicencio. Un oasis el de Santa Clara, que hace 70 años cobró vida gracias al trabajo de la tierra de la familia Aguilera.

“Lo mío en este lugar es amor, no le encuentro otra explicación, porque rico no soy pero soy feliz con lo que hago”, expresa Don Carlos Aguilera y se le corta el aliento cada vez que recuerda a su padre y su pasión por la quebrada de Santa Clara. Al “Negro” Aguilera lo conocían todos, en la ciudad y en el campo, porque tenía una misión especial: rescatar a chicos de la calle, criarlos como hijos propios y enseñarles a vivir dignamente. “En los Aguilera siempre había comida y cama para los que llegaran”, completa hoy Carlos.
“A mi padre le gustaba contar historias del paso del Ejército de los Andes del General San Martín por la región cercana a la quebrada Santa Clara. Era un defensor y admirador sanmartiniano”, rescata el “heredero” con orgullo.
Y eleva la voz al revelar: “En la historia del Cruce de los Andes no hablan del rol de los cientos de puesteros lasherinos que guiaron al ejército de San Martín hasta el Paso de los Patos, por eso lo que nos distingue de otros baqueanos del país es el sentido de ubicación que tenemos los que vivimos en la precordillera”.
Carlos Aguilera es el del medio de tres hermanos y el único que decidió quedarse en el puesto para producir ganado como fuente de trabajo, como lo hacía su padre. Hoy es un productor caprino de Capdeville con 150 cabras, 40 caballos, 120 chivos y siete perros fieles que lo ayudan a las tareas campestres como si fueran sus hijos.
» Yo pude haber elegido estudiar como mi hermana pero seguí el legado de mi familia», comenta Carlos Aguilera que cambió la vida de ciudad por «su Santa Clara».
“Vivir acá es duro, pero la naturaleza es buena maestra, te enseña a cómo convivir sanamente. Cuando comenzaron mis padres llegaron a tener más de mil cabras y más de mil vacas y ovejas. Era otra época, no había la sequía que tenemos ahora, por eso estoy agradecido de la mano que nos da el municipio”, cuenta sobre la gestión municipal en esta materia.
Es que la comuna liderada por Daniel Orozco comenzó años atrás con la entrega de bolsas de cubos de alfalfa para acompañar a productores caprinos como Carlos Aguilera e incluirlos a través del RENSPA (Registro Nacional Sanitario de Productores Agropecuarios), campaña de vacunación caprina contra la brucelosis: de esta manera pueden comercializar animales, vegetales o productos agroalimentarios.
“La inscripción y reinscripción en el RENSPA permite mantener actualizados los datos, fortalece el control sanitario preservando la sanidad animal y vegetal y la calidad e higiene de los productos agropecuarios, insumos y alimentos. Se logra así una buena producción y beneficio para los cabriteros”, explica Delia Carball, coordinadora de Biodiversidad y Ambiente de Las Heras.
Además, dentro del Programa VALHEP (Valor Agregado a la Economía Productiva de Las Heras) se realiza la entrega de semillas para producir forrajes y los productores, en forma de retribución, devuelven ese valor en forraje listo para consumir por los animales. Se genera así una cadena de producción que culmina en la ayuda a los sectores de la sociedad que se encuentran más vulnerables.
La cría de cabras en la provincia constituye una actividad tradicional que históricamente ha significado una fuente de ingresos para el pequeño productor y el sostenimiento de las familias en la actividad.
El departamento de Las Heras cuenta hoy con 30 puestos caprinos ubicados en parajes como Las Chilcas, El Flaco, Santa Clara, Paramillos, Villavicencio, Casa de Piedra, Tamillos, Los Alojamientos y Cuevas del Norte en Uspallata. La entrega de alfalfa, vacunación y alimentos se hace en el contexto de la escasez hídrica que sufre la provincia, que al no producirse precipitaciones los montes nativos no pueden desarrollar el crecimiento de pastos naturales que son la fuente de alimento para los animales. A eso se le suma la pérdida de ganado por parte de los pumas que conviven en la zona.
El viento frío del sur que entra por la quebrada se hace sentir en el puesto de los Aguilera. Sin embargo, eso no impide que las nietas de Carlos, Antonella y Priscila, jueguen a la “mancha” con las cabras por los cerros. Todo en la Estancia Santa Clara forma parte de una gran familia, conviviendo en armonía con la naturaleza.

“Una de las anécdotas que les cuento a la gente es cuando mi mamá les alquiló unas 100 cabras a la producción de la película ‘Siete años en el Tíbet’; me acuerdo que fuimos al cine solo para identificar cuáles eran nuestros cabritos”, relata Aguilera y ofrece de este modo una descripción clarísima del amor por esa herencia familiar.
Mariela, la esposa de Carlos, es una de las personas que mejor lo conoce. Lo define como “un hombre muy correcto, coherente, trabajador y noble. No piensa en el beneficio de él sino primero en el de la mayoría, aunque no salga ganando”.
“Yo aprendí de su forma de vivir y así les enseñamos a mis hijos. Tenemos una casita en la ciudad pero este puesto es nuestro hogar. Vivir humildemente es todo lo que podemos pedir. Aquí mis hijos aprendieron el amor por la familia y el trabajo. Es nuestro mundo. Fuera de acá no sé qué haríamos”, concluye Mariela y resume así el sentimiento de toda la familia Aguilera.